IGOR DOMSAC | 12 diciembre 2025
En los últimos años, las medicinas tradicionales indígenas han expandido internacionalmente los territorios donde durante siglos cumplieron funciones rituales, médicas o comunitarias. Ayahuasca, peyote, hongos psilocibios o iboga circulan hoy por clínicas, retiros espirituales y entornos terapéuticos occidentales. Sin embargo, a medida que estas prácticas se expanden, se hace evidente una pregunta que trasciende el entusiasmo inicial: ¿qué ocurre después de la sesión?
La respuesta reside en un concepto cada vez más central dentro de la psicología de los estados ampliados de la consciencia: la integración. Este proceso, descrito por equipos de investigación como el de la Universidad Johns Hopkins o la Multidisciplinary Association for Psychedelic Studies (MAPS), consiste en acompañar la experiencia para que los contenidos que emergen durante la misma puedan adquirir sentido y traducirse en cambios reales, en lugar de diluirse o transformarse en malestar.
De los ritos a la psicoterapia
En las comunidades amazónicas, el marco ritual que envuelve estas prácticas cumple una función de orden y sentido. Cada elemento —los cantos, la dieta, las jerarquías y los espacios de palabra— actúa como una arquitectura simbólica destinada a contener lo que emerge durante la ceremonia. El antropólogo Luis Eduardo Luna [1] lo describió como un mapa sonoro y energético que guía el proceso de curación, aludiendo a la manera en que los ícaros orientan el viaje visionario y ayudan a reintegrar las emociones fragmentadas.
La dieta, por su parte, no se reduce a una abstinencia alimentaria, sino que opera como una disciplina perceptiva y relacional. Según el etnobotánico Eduardo Kohn, [2] este tipo de prácticas fomentan una «ecología de la atención» que fortalece el vínculo con el entorno y prepara el cuerpo para el diálogo con lo invisible.
Cuando estos dispositivos se trasladan a contextos urbanos —retiros, clínicas o círculos terapéuticos—, pierden su marco de significados. Los gestos rituales se conservan, pero a menudo vaciados de la red de reciprocidad social que les daba coherencia. La antropóloga Marita Cárdenas Timoteo [3] ha señalado que, sin esa estructura comunitaria, «la curación deja de inscribirse en la vida colectiva y se vuelve una experiencia individual que puede resultar desbordante».
Esa pérdida obliga a reconstruir nuevas formas de contención. La integración psicológica surge entonces como un intento de recomponer el tejido que unía la experiencia con la vida cotidiana. En palabras del antropólogo Glenn Shepard, [4] se trata de un proceso de «traducción simbólica» entre la lógica relacional amazónica y la mirada interiorizada de la cultura occidental.
En ese vacío, la integración no reemplaza al ritual, pero asume parte de su función ancestral: ofrecer un espacio donde lo vivido recupere sentido, donde la emoción se ordene y donde la experiencia deje de suponer un episodio aislado para convertirse en aprendizaje. El integrador y antropólogo Gerónimo Tejedor señala que esta diferencia no es sólo ritual o metodológica, sino ontológica. «En los marcos indígenas, la experiencia con plantas maestras no suele constituir un “evento extraordinario” que luego deba ser integrado», explica, «sino un momento dentro de un continuo relacional que involucra territorio, comunidad, ancestros, humanos y no humanos». Desde esta perspectiva, añade, «no se trata de integrar una vivencia interna, sino de reordenar relaciones entre múltiples agencias». En contextos no nativos, en cambio, ese entramado aparece fragmentado, y la integración surge como una práctica compensatoria que intenta reconstruir, de otro modo, la función de sostén que antes estaba distribuida entre ritual, comunidad y territorio.

Más allá del «viaje»: los riesgos de no integrar
Investigaciones de la Universidad Johns Hopkins y del Imperial College de Londres han mostrado que las experiencias psicodélicas intensas pueden abrir tanto puertas de alivio como de sufrimiento. Un estudio con casi dos mil participantes que habían ingerido psilocibina reveló que una fracción significativa experimentó ansiedad persistente, desorganización emocional o dificultades laborales durante las semanas posteriores. Como advierte Gerónimo Tejedor, uno de los riesgos en contextos no nativos es intentar «cerrar» la experiencia demasiado pronto: «cuando apresuramos una explicación, podemos neutralizar precisamente aquello que la experiencia venía a desestabilizar».
La ausencia de integración no sólo incrementa el riesgo clínico, sino que también puede conducir a la idealización o a la banalización de la experiencia. El psiquiatra William Richards, [5] pionero en la investigación psicodélica moderna, subraya que la sesión en sí no supone más que el comienzo, pues el verdadero trabajo consiste en dar sentido a lo revelado y encarnarlo en la vida diaria.
El arte de elaborar significado
Modelos contemporáneos de acompañamiento, como el Psychedelic Harm Reduction and Integration (PHRI), proponen una metodología no patologizante que combina psicoterapia, reducción de daños y mindfulness. Su propósito no radica en reinterpretar la experiencia desde la autoridad del terapeuta, sino en ayudar a la persona a traducirla a su propio lenguaje vital. Desde su experiencia clínica, Tejedor subraya que integrar no equivale a interpretar: «acompañar no es traducir la vivencia a un sentido cerrado, sino sostener un espacio donde no todo tiene que ser sabido todavía».
Otros enfoques, publicados en revistas como Frontiers in Psychology, describen la integración como un proceso por etapas: primero contener y validar, luego explorar los significados simbólicos o emocionales, y finalmente traducirlos en transformaciones concretas en las relaciones, los hábitos o el propósito de vida.
En 2025, un grupo interdisciplinar presentó el modelo THRIVE, que combina protocolos clínicos, saberes indígenas y hábitos de autocuidado —como el descanso, la alimentación o la conexión comunitaria— para sostener los efectos a largo plazo. Todos coinciden en una idea esencial: la integración constituye la continuación natural de la ceremonia o la sesión terapéutica.

Entre la ética y la seguridad
La integración no sólo cumple una función psicológica: también implica una responsabilidad ética. Acompañar a alguien que atraviesa un estado de vulnerabilidad requiere preparación, límites claros y un entorno que priorice el cuidado. En la investigación clínica contemporánea, la ética se ha convertido en un eje tan crucial como la farmacología.
Tejedor subraya que uno de los principales riesgos éticos aparece cuando el integrador ocupa el lugar de quien «sabe» lo que la experiencia significa. «El desafío central consiste en sostener la apertura sin colonizarla», afirma. «Cuando intentamos encerrar demasiado rápido una experiencia en una explicación o interpretación psicológica, podemos perder la vitalidad y la apertura que trajo consigo». En su opinión, integrar no equivale necesariamente a dar significado, sino a «crear las condiciones para que el significado emerja sin violencia», evitando convertir la integración en una nueva forma de autoridad simbólica.
Las guías de seguridad de la Universidad Johns Hopkins, elaboradas por Roland Griffiths, Matthew Johnson y William Richards, advierten que los riesgos asociados a los psicodélicos no proceden únicamente de la sustancia, sino de la falta de contención antes y después de la experiencia. El equipo detalla que una sesión segura requiere preparación psicológica, cribado médico, acompañamiento constante y apoyo posterior, factores que se aplican tanto en el laboratorio como en otros contextos terapéuticos. Para David Londoño, el límite ético no siempre es evidente: «respetar la autonomía de la experiencia no significa abandonar el discernimiento». Al contrario, «saber cuándo acompañar implica también invitar a cuestionar una narrativa que puede conducir al riesgo».
Fuera del ámbito clínico, desde ICEERS trabajamos precisamente para ofrecer ese acompañamiento en situaciones donde la contención ha fallado. A través del Centro de Apoyo El Faro, un servicio pionero y gratuito de ámbito internacional, brindamos hasta cinco sesiones de integración psicológica en línea a personas que han tenido experiencias difíciles con ayahuasca, iboga, peyote, San Pedro u otras plantas de uso tradicional.
Este programa, gestionado por psicólogos y terapeutas formados en reducción de daños y acompañamiento intercultural, ofrece un espacio confidencial donde el relato de la experiencia puede transformarse en comprensión y aprendizaje. No se trata de psicoterapia convencional, sino de un proceso de apoyo temporal que ayuda a restablecer el equilibrio emocional, comprender lo ocurrido y orientar pasos posteriores, derivando a profesionales especializados en caso necesario.
El enfoque del Centro de Apoyo parte de una convicción profunda: que la seguridad no depende sólo de la sustancia o del entorno físico, sino de cómo se sostiene lo vivido. Por ello, la integración se entiende como una forma de ética aplicada, una práctica de cuidado que continúa después del ritual o la sesión terapéutica.
Para el integrador David Londoño, ese cuidado implica un equilibrio delicado entre respeto y discernimiento. «Actuar desde un profundo respeto por el territorio interno, cultural y espiritual de la otra persona exige evitar colonizar su experiencia con ideas o prejuicios propios», señala. Sin embargo, advierte que una no directividad absoluta también puede resultar problemática. «Hay situaciones en las que una interpretación puede llevar a la persona a escenarios de riesgo —por ejemplo, creer que ha sido “elegida” para cumplir una misión grandiosa—. En esos casos, acompañar significa invitar a detenerse, a mirar de nuevo, a preguntarse desde dónde surge esa lectura y adónde podría conducirla». No se trata, concluye, de imponer un significado, sino de abrir un espacio donde esa narrativa pueda explorarse críticamente y con responsabilidad.
Como resume el psiquiatra William Richards en su obra Conocimiento sagrado, «la sesión no representa el final, sino el comienzo del verdadero trabajo». Ese trabajo —acompañar, escuchar, contextualizar— es precisamente el que proyectos como el de ICEERS ayudan a hacer posible: un acompañamiento que respeta tanto la ciencia como la sensibilidad cultural, ofreciendo herramientas reales allí donde el silencio, la culpa o la incomprensión podrían prolongar el sufrimiento.
Integrar sin apropiarse
Existe, no obstante, un riesgo adicional: convertir la integración en un producto más del mercado espiritual o terapéutico. Algunos autores advierten que reducirla a una técnica individualista puede borrar las dimensiones comunitarias y ecológicas que sustentan los usos tradicionales. Tejedor lo formula con claridad: «en contextos no nativos, integrar no es reconstruir el mundo que falta, sino evitar sustituirlo por la autoridad de quien acompaña».
Por ello, la integración debería funcionar también como un ejercicio de responsabilidad intercultural: reconocer de dónde provienen estas prácticas, pero entendiendo que, en los contextos contemporáneos, muchas de ellas circulan ya separadas de los marcos comunitarios y territoriales que tradicionalmente las sostenían. Esta distancia —amplificada por el auge del mercado espiritual— hace aún más necesario un enfoque de integración sólido, que no se limite a una reflexión individual, sino que actúe como un compromiso ético. Integrar significa cuidar los procesos que se abren y asegurar que existan redes de apoyo capaces de acompañar a quienes, de otro modo, podrían quedar aislados o sin orientación tras experiencias significativas. La integración, así, se convierte en una tarea comunitaria y continua, indispensable para sostener de manera responsable lo que emerge en estos espacios ya decontextualizados.
Una experiencia psicodélica puede modificar percepciones y estructuras psicológicas en cuestión de horas. Pero sin un proceso que ayude a digerir ese cambio, lo revelador se vuelve confuso, y lo terapéutico puede transformarse en riesgo. La integración actúa como una brújula después de la tormenta: un espacio donde el relato, la reflexión y el acompañamiento permiten que la visión se convierta en conocimiento.
En contextos no nativos, donde los marcos simbólicos se diluyen y los ritos se mezclan con la psicología moderna, la integración no representa un lujo adicional, sino una necesidad vital. Porque sólo cuando la experiencia encuentra su lugar en la biografía, en la comunidad y en el cuerpo, la vivencia puede quedar verdaderamente integrada.

Hacia una cultura del cuidado
En los últimos años, distintos equipos clínicos y organizaciones de investigación han comenzado a sistematizar métodos de acompañamiento, combinando psicología y enfoques de reducción de daños para responder a las necesidades específicas de los contextos no nativos. Entre ellos, el curso de integración psicodélica desarrollado por ICEERS Academy se ha consolidado como una referencia ética y formativa para profesionales del cuidado y facilitadores que trabajan en contextos no nativos. En palabras de Londoño, «la integración no se sostiene sólo con herramientas, sino con una cultura compartida de responsabilidad, donde nadie queda solo con lo que se abre».
El curso propone un recorrido que trasciende la teoría. Invita a reflexionar sobre el lugar de quien acompaña, sobre los límites entre apoyo y dirección, y sobre cómo crear entornos seguros y sensibles a las realidades de los contextos no nativos. Los módulos abordan desde las bases neuropsicológicas de la integración hasta las dimensiones relacionales y los desafíos prácticos que atraviesa cualquier proceso de acompañamiento en estos entornos.
Inspirado en más de una década de trabajo clínico, de reducción de daños y etnobotánico, el enfoque de ICEERS parte de reconocer que toda práctica se desarrolla dentro de contextos culturales concretos, incluso cuando éstos ya se encuentran fragmentados o desligados de sus marcos originales. Más que intentar unir ámbitos que hoy operan separados, el propósito es tener presente cómo estos contextos influyen en la manera en que se vive, interpreta y acompaña cada experiencia. La integración no se enseña como una técnica cerrada, sino como una práctica viva: una escucha atenta de lo que cada persona necesita para transformar una experiencia en un proceso de crecimiento sostenido.
Al fin y al cabo, integrar significa volver a tejer. Es tender un hilo entre lo ancestral y lo contemporáneo, entre la emoción y el pensamiento, entre la visión y la acción. En contextos no nativos, donde los antiguos rituales ya no sostienen esa tarea, espacios formativos como los que impulsa ICEERS Academy ofrecen una oportunidad para cultivar una nueva ética del acompañamiento: más consciente, más informado y, sobre todo, más humano.
En definitiva, la integración psicológica no pretende establecer puentes directos entre sistemas de conocimiento que, en gran medida, permanecen distantes y cuya profundidad suele resultar poco comprendida en los contextos occidentales. Los saberes ancestrales de los pueblos indígenas conforman bioculturas integrales, y cualquier intento de representarlos desde fuera corre el riesgo de describirlos de manera parcial o inexacta. Más que traducir o apropiarse de estas tradiciones, la integración puede abrir espacios de curiosidad, escucha y búsqueda personal. En ICEERS no aspiramos a representar esos saberes, sino a contribuir a una cultura global de cuidados y responsabilidad que hoy se muestra insuficiente. Nuestro objetivo consiste en fortalecer la capacidad comunitaria para acompañar procesos vulnerables y favorecer un sostén ético y coherente de las experiencias que atraviesan las personas.
Allí donde los marcos tradicionales se disuelven y las referencias culturales se transforman, la integración ofrece continuidad, contención y significado. No representa un añadido accesorio, sino el proceso mediante el cual una vivencia se convierte en aprendizaje encarnado. Fomentar una cultura de cuidados y responsabilidad —crítica, ética y sensible— permite que las experiencias con plantas maestras generen arraigo, comprensión y madurez, y al mismo tiempo honra los caminos que las hicieron posibles.
En este escenario global en el que las prácticas se desplazan y los significados se reconfiguran, el Foro Mundial de la Ayahuasca se erige como un lugar imprescindible para debatir y avanzar en torno a la integración. Su vocación de encuentro intercultural —entre comunidades indígenas, profesionales de la salud mental, activistas, académicos y facilitadores— favorece una comprensión más amplia y matizada de lo que implica acompañar las experiencias fuera de sus territorios de origen. Allí, la integración se aborda no sólo como un proceso psicológico, sino como un compromiso ético y cultural que requiere diálogo, formación y corresponsabilidad. En un mundo donde los rituales cambian y las narrativas se multiplican, el Foro ofrece un marco donde imaginar y construir, colectivamente, una cultura más humana, más informada y más respetuosa.
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[1] Luna, Luis Eduardo (1986). Vegetalismo: Shamanism among the Mestizo Population of the Peruvian Amazon. Stockholm Studies in Comparative Religion.
[2] Kohn, Eduardo (2013). How Forests Think: Toward an Anthropology Beyond the Human. University of California Press.
[3] Cárdenas Timoteo, Marita (2018). Música, curación y cosmología en las prácticas ayahuasqueras del Ucayali. Tesis de maestría, Pontificia Universidad Católica del Perú.
[4] Shepard, Glenn H. Jr. (2014). Will the Real Shaman Please Stand Up? The Recent Adoption of Ayahuasca among Indigenous Groups of the Peruvian Amazon. Anthropology of Consciousness, 25(1): 104–137.
[5] Richards, W. A. (2015). Sacred Knowledge: Psychedelics and Religious Experiences. Columbia University Press.
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